lunes, 12 de junio de 2017

M379

Margarita no supo que aquello era tema serio hasta que su hermano, el de verdad, la saco a toda prisa por la puerta de aquel restaurante de comida rápida y la llevaba a un mejor lugar. Lloraba desesperada, pensando que alguien la había secuestrado y le haría lo más que deseaba; daño. Llevaba poco tiempo con Papá Clemente y Mamá Claudia, como le dijo la Trabajadora Social que se llamaban y que así querían ser llamados.
—Ellos son Papá Clemente y Mamá Claudia. — Le dijo aquella profesional que cargaba con una verruga cerca del labio.
—¿Y Mami Fabiola? — Preguntó Margarita.
—Ella ya no es tu Mamá. — Le interrumpió Mamá Claudia. — Ahora vendrás con nosotros. Se viró y le preguntó a la Social. —¿Cuánto vale?
—Son setecientos quincenales, con gastos médicos incluidos. — Verificó en sus papeles.
Claudia miró a Clemente y este acertó con su cabeza.
—Por aquí— Expresó la Social y dirigiéndose a la cuidadora de Margarita le dijo. —Prepárala—
La cuidadora levantó a Margarita y se la llevó a su cubículo, para que la limpiaran, le colocaran el vestido blanco con las siglas de BF (Banco Familiar) y la llevaran al centro de recogido. Allí la niña reconoció a Hugo su compañero de clases. Eran de la misma edad y por así decirlo cada uno era su primer amor. De ese del cual ella se acordaría siendo adulta y se preguntaría «¿Qué habrá sido de la vida de Hugo?» Mientras que Hugo se preguntaría por la vida de Margarita.  
—¿Jugamos? — Preguntó Hugo.
—¡Vamos! — Y los dos niños se pusieron a jugar obviando que estaban a punto de separarse y que nunca se volverían a ver. Después de unos minutos de correr por la habitación llena de juegos y las paredes pintadas de azul con nubes incrustadas, se acostaron en la alfombra verde y Margarita interrumpió el silencio. —¿Cómo serán los nuevos padres? —
—Quiero que sean buenos, que me dejen comer mantecado en mi cama. —Expresó Hugo.
—Yo solo quiero que me quieran. — Confesó la niña. — No quiero volver aquí. Ya es...— Alzo su manita y contó sus cuatro dedos. Diciéndole con esto las veces que había sido alquilada a una familia. — que me voy de aquí y siempre vuelvo. No quiero venir más acá. —
—Te voy a extrañar. — Le dijo Hugo mientras sus manos se tocaban sobre la alfombra que semejaba un césped.
—Yo también lo haré mucho. Quizás pueda decirle a Mamá Claudia que me lleve a verte o que pueda escribirte. —
—¿Lo harías? — Los ojos azules del niño se iluminaron.
—¡Si! Lo prometo. — Le respondieron los ojos verdes de la niña.
Pero aquella promesa no fue cumplida. Llegó la Social con Mamá Claudia y Papá Clemente y la arrebataron de la sala de espera, sin poder tocar a Hugo. Sólo de aquello, Margarita recordaría la fría mano de su madre a quien siempre dio por muerta y por el otro lado la mano callosa que la acariciaba por las noches. Le colocaron un collar con una insignia en la cual se leía M379 que era la clasificación y que fue la razón principal de su rescate. Su hermano jamás olvidaría aquella inscripción y recorrió todas las calles, los parques y escuelas para ver si encontraba a Margarita. La niña miró al chico que se acercaba, le sonrió y de pronto se vio arrancada de la pesadilla que era Papá Clemente y Mamá Claudia, pero pensando que lo mejor que le tocaría era ser secuestrada y nunca devuelta.

Su hermano la llevó a toda velocidad a un auto y así la colocó en el asiento delantero y se fue a toda velocidad, antes que todos pudieran reaccionar. Lo primero que le mostró a su hermana fue la insignia L379 que llevaba tatuada en su brazo. Le mencionó que era su hermano y Margarita confió. Al estar retirados del lugar y de no saberse perseguidos por policías, Luis le informó que se quitará el collar y lo lanzará por la ventanilla, así lo hizo Margarita y la cadena callo por el sistema sanitario mientras sonaba “There Will Be Time” en la radio y ellos se marchaban a la costa para que los sueños de Margarita fueran cumplidos. 

lunes, 5 de junio de 2017

Fantasías Insospechadas

Prendí el garret, busqué en youtube la música clásica que me gustaba y tecleé tetas negras en el navegador y vino a la mente Clara, que de eso no tenía nada. Era una mulata ponceña que me bailaba plena después de que la hacía llegar al segundo orgasmo. Solía cantarle cuando la cabalgaba, cuando la tenía encima podía introducir mi cara alargada entre el caño de sus tetas y pensarme el explorador de su cuerpo. Tecleo y aparece como favorita la página que acostumbro. Ya estoy cansado de sus vídeos. Agarro el celular y busco el whatsapp de Clara, le escribo, fumo y antes de soltar el humo recibo un…
—Hola no puedo ahora. —
La cabrona sabía que la buscaba para eso.
—Ay Clara, Clarita. —
 Me introduzco cada vez en más páginas, en todas las que tengo membresía y no encuentro nada. Dispongo de introducir más palabras claves para agrandar las opciones y de pronto me salta al pensamiento, ver un trío; busco. Rápidamente me salen opciones, pero resulta que entro a ver uno en el que salen dos hombres y una chica.  Busco el vídeo y le tecleo dos veces, abre en unos segundos y me parece interesante que uno de los tipos se parezca a mí, el otro es más fuerte y rubio, y la chica de la caratula parecía a Clara. Comienza la típica historia barata de la pornografía, esa en la que están los dos chicos sentados hablando de mujeres ricas y buenotas, compartiendo las fantasías de estar con las primas o las muchachas más rica del salón. Se ven involucrados en esos juegos de adolescentes a los que solía involucrarme y pensar en las chicas de la otra calle que eran mayor que yo y que todas ya estaban bien desarrolladas. Veo el vídeo y los chicos comienzan a tocarse, se miran y se tocan. Quiero cambiarlo, eso no es lo mío, eso no, nada que ver. Pero algo me resulta curioso, es el parecido del actor conmigo. Me involucro en ellos y pienso que nunca he estado con un chico, me pregunto ¿Sería capaz de estar con uno? No le veo un No. Los veo tocándose y no aún no llega la chica que se parece a Clara. Tengo una erección y quiere salir, me da las señales para que lo saque y lo acaricie. Así hago y sostengo la cabeza con mucha fuerza y la voy frotando, mientras veo cómo se tocan y se desvisten. El rubio se arrodilla en el sofá y comienza el recorrido hacia la ingle de mi doble.


 Jos recorre mi ingle y se me erizan los pelos, siento su recorrido y cierro los ojos. Siento su boca húmeda comiendo y sobándome las erizadas pelotas. Me devora y su campana toca mi cabeza rosada, siento que vuelo más alto. Sostiene mi mano derecha y la lleva sobre su cabeza y me hace introducirla en los cabellos. Llego al punto que deseo su boca, que deseo probarlo y con ello probar mi precum. Lo deseo como nunca, lo deseo al punto que no me importa Clara, estos pezones son más sensibles que los de ella, él no me suelta, deja que juegue con su cuerpo. Que lo descubra y nos disfrutemos. Siento sus largos dedos sobándome las nalgas y dándole nalgazos y me activa más. Me muerde sobre la tetilla y me dejo llevar por mi interior. Estoy sobre Jos, paso mis brazos por debajo de su espalda y lo enlazo, lo atraigo hacia mi pecho y ríe coquetamente, el muy estúpido le gusta saber que a mí me gusta, llevo todo mi peso sobre las piernas y me voy acercando hacia sus labios al momento que hago un giro y ahora él queda sobre mí. Me lo como, él me come, nos besamos desgastando las sabanas de mi cama. Me mira tiernamente, como si yo le gustará.
—Estás rico y me encanta esto. — Sostiene mi tronco y lo mueve como si en realidad le gustará,

No hago caso de lo que me dice, no quiero dejarme llevar, pero vuelve a besarme y recorre mi cuerpo hasta llegar a lo que más le gusta. Lo introduce completamente en su boca, no aguanto por un segundo más y exploto en su interior, vacío todas las ganas que tenía desde la semana pasada y siento unas ganas inmensas de besarlo con mi jugo en su boca. Lo agarro por la quija y mi lengua recorre su barba hasta llegar a los labios que saben a Papaya, un sabor peculiar el de mi interior. Sus jugos caen sobre la cama y seguimos revolcándonos quitando esas ganas que nos tenemos. Esas ganas que han ido aumentando desde aquella vez que vi el trío. Cuando estoy con Jos dejo de pensar que es mi alumno, solo lo disfruto. Ya desde hace tiempo que no le escribo a Clara, ahora solo busco a Jos y lo traigo para hacer de todo. Leemos nuestras poesías, nos damos críticas, fumamos en la cama o en cualquier rincón del piso en donde terminamos comiéndonos a besos haciendo poesía de verdad. Otras veces nos derretimos en sudores sobre la hamaca o nos hacemos peces en la bañera. 

jueves, 8 de septiembre de 2016

Entre y Con Insectos (Parte I)

    Diego era un pequeño, pero gigante saltamontes. Con quince años ya había aprendido a controlar aquella peculiaridad que le arropaba. Todo empezó cuando era un crío, su familia vivía en el típico suburbio de una mega ciudad, pero esto no impedía que Diego tuviera un patio gigantesco para jugar y capturar con toda seriedad aquellos insectos que trataba como mascotas, a veces los niños de su edad se reían cuando este llevaba a la escuela una hormiga llamada Fátima o una libélula llamada Leo. Y su favorito era Víctor. Que hacía mucho tiempo lo había encontrado, pero luego lo soltó como acostumbraba con todos los insectos. Víctor era un saltamontes grotescamente verde y gigante para su especie. De todos los insectos, este era su favorito y el más especial, pero no lo había vuelto a ver.

    Fue una noche donde no había luz cuando Diego salió a explorar, buscaba cucubanos. Que según le comentaba su abuelo. «Cuando yo era un piojo, me iba al batey de mi casa y buscaba muchos cucubanos y llenaba muchos potes. Hasta que un día, buscándolos me encontré con lo que mi papá llamaba “La madre de los cucubanos”. Aquello era una cucubana enorme, del tamaño de mi puño, desde esa vez deje de coger los cucubanos.» le contaba el abuelo de Diego. Este que no le tenía miedo a lo que podía encontrar en aquella noche. Comenzó a buscar por el patio todos los cucubanos que se le aparecían en la periferia. Al fondo, casi llegando a las acostumbradas quebradas suburbanas que canalizan para crear estas urbanizaciones, había un árbol gigantesco y en el tronco había un hueco donde muchas veces se ocultaban sapos o culebras. Pero aquella noche aquel hueco expulsaba una luz radiante. Era un intercambio de luces, primero se apreció el verde, luego un tono amarillo que era sustituido por un violeta y que inmediatamente cambiaba a rojo, para seguir con otras tonalidades de colores. A Diego le llamo la atención este fenómeno que ocurría en su patio y fue como gato cazador a ver que se ocultaba en aquel hueco en la base del tronco. Se encontraba sobre la hierba a unos tres pies de distancia y las luces se apagaron, cuando pronto escucho unas vocecitas que provenían de mucho más abajo, pensó que estaba soñando, pero saco una lupa que tenía y pronto supo de dónde venían las voces. Un grupo de lo que se podría llamar humasectos, le gritaban para que no continuara asustando a los insectos. Este quedo paralizado, pero no de miedo, sino de curiosidad. Pronto sintió un pinchazo en la mano, era uno de los pequeñines que le introducía una lanza entre medio de los dedos. A continuación cerró los ojos e inmediatamente cuando los abrió, se encontró con que se había convertido en una especie diminuta. Desde allí apreciaba el mundo con nuevos ojos, todo su patio era del tamaño de la ciudad donde vivía, el árbol parecía ser un inmenso rascacielos de esos que hay en Nueva York. Rápidamente el grupo culpable de hacerle aquello a Diego, le sujetaron los brazos y lo amarraron con unas sogas, luego lo arrastraron hasta el interior del tronco donde volvían a encenderse las luces de colores. Al entrar a aquel hueco, todo le pareció magnifico y lo menos que se ocultaba allí, eran sapos y culebras. Allí lo que se ocultaba era una ciudad llena de insectos y de personas con características de insectos. Era un mundo glorioso. Los insectos hablaban y los humanos adoptaron las diferentes formas de los insectos. Algunos tenían ocho patas y muchos ojos, otros eran largos y marrones, algunos diminutos, pero con mucha fuerza y otros tenían alas. Todos miraban a Diego de una forma extraña y con una mirada culpatoria. Lo llevaron hasta una especie de trono hecho de hojas y lianas, con unas terminaciones hermosas. Allí sentado se encontraba Víctor, rápido Diego reconoció a su mascota y Víctor hizo lo mismo.

—Desátenlo— Se escuchó decir a Víctor, que en realidad se llamaba Cleitur. Al ver que los otros no hacían caso. Volvió a repetir la orden. —¿Acaso no han escuchado?

—Inmediatamente señor. — expresó una chica con ocho ojos y unas diminutas manos velludas, que se encontraba justo al lado de Diego.

—Que te ha traído por aquí querido Diego. ¿Así es que te llamas verdad amigo? — Cleitur se alzó en vuelo y llego hasta donde estaba Diego.

     Ahora parecía más grande a cuando Diego lo había atrapado. No me olvido de ti, fuiste el único humano que me atrapo y me trato como si fuera uno de ellos, me acuerdo del nombre que me colocaste. Desde cerca Cleitur era hermoso, tenía un brillo verdoso, que resplandecía de vez en cuando y sus antenas eran de un marrón esplendido. Tenía unos ojos violetas y un pequeño bigote color menta, sus brazos eran extensos y sus dedos eran flacos. Sostenía una especie de bastón muy hermoso. Estaba hecho de una Ceiba, con unas incrustaciones de cuarzo que expulsaban unos rayos al momento de tocar el suelo, soltaba una especie de energía mágica y tenía unos dibujos que Diego aun no entendía, pero yo sabía lo que significaban. Eran las palabras del hechizo que inicio todo.

—Yo, yo…— Diego tartamudeaba aun estupefacto de lo que estaba apreciando.

—Tranquilo amigo, no te haremos daño. Te debo mucho, nunca antes un humano completo me había tratado como tú lo hiciste. —

—Yo solo buscaba lo que mi abuelo decía “La madre de los cucubanos”—

     Cleitur soltó una carcajada que resonó por todos los recovecos de aquel tronco. —Gorka al parecer eres toda una leyenda. — del fondo de una multitud que se había agrupado salió una mujer rechoncha, color marrón y con el trasero encendido dejando a su paso una estela verde. Con un bastón lleno de caracolillos que resonaban. Alrededor del cuello llevaba una especie de collar con muchos frascos diminutos.

—¿Y se puede saber porque el joven me buscaba? — hablo con una voz carrasposa.

—Mi abuelo me decía que usted era enorme y que solo aparecía cuando molestaban a todos los cucubanos. Yo quería conocerla. —le dijo Diego.

—Bueno aquí me tiene pequeño. —

—Bueno, bueno. No hagan esperar más a nuestro invitado especial de la noche. Que ya tendremos tiempo de más para charlar y conocerlo. Esta noche tendremos ceremonia de iniciación. Así que vayamos a prepararnos. — Dijo Cleitur y toda la multitud cuchicheó y se miraron unos a otros, pero ninguno se opuso.

Cleitur se bajó un poco a la altura de Diego y le susurró al oído. — Hoy serás uno de nosotros, pero tranquilo, no será todo el tiempo. Te enseñare a controlarlo. Contigo aprendí mucho. —


A Diego no le salían las palabras, acaso Cleitur había leído su mente. No, no era eso. Es que al niño ya lo habíamos estado observando y estaba todo calculado. 

La profecía comenzaba a revelarse. 

viernes, 20 de mayo de 2016

Ya es Hora

Me sorprendió ver a Clemente esperarme en la puerta, se suponía que no estuviera allí. Hace tiempo no trabajaba para la familia. Desde antes que yo me fuera él ya se había marchado.
—Buenos días señorita. — Me dijo mientras abría la puerta.
La casa seguía tal cual la había dejado aquella mañana de junio, el sol bañaba los tapices de las paredes y resaltaban las flores del estampado. Un sentimiento de nostalgia me abrazo y los ojos se me aguaron, sentí los guantes fríos de Clemente que me daban ánimos para subir las escaleras. Por la casa ya no se escuchaban los ruidos de mis hermanos; ya habían crecido. Me los imaginaba ya hechos hombre y mujeres de bien.
Antes de subir decidí pasar a la cocina para saludar a Ramonita, mi nana y la cocinera de la casa. Los retratos que se colocaban en las paredes ya se habían opacado y no transmitían lo mismo, las caras cada vez se volvían más sólidas y los integrantes de la familia iban mermando. Una foto llamo la atención de mis pequeños ojos y tuve que pedirle al portero, que me seguía, que la bajara por mí. La foto era en sepia, como todas las demás, pero esta me llamaba la atención porque fue para la fecha en que me había ido. En el centro de la foto se encontraba la familia que posaba, mi madre llevaba una sonrisa forzada y unas ojeras que eran difícil dejar pasar por alto, mi padre había perdido peso y sus ojos se habían hundido mucho. Mis hermanas gemelas lucían impecables con unos lazos enormes en su cabeza y sus respectivas muñecas siendo abrazadas. Mi hermano tan esplendido, llevaba el sombrero en el brazo y la sonrisa tan bonita como siempre, era el único me daba confianza. Justo a su lado una chica que yo no llegue a conocer le agarraba el brazo y sonreía llena de vida. El servicio se encontraba en el trasfondo derecho, desde la cocinera hasta el jardinero. Era un equipo extenso de algunas cincuenta personas y yo los conocía a casi todos. La casa se crecía detrás de todas estas personas, lo más impactante de esta foto era el carruaje negro que se marchaba en la parte izquierda de la foto. Yo conocía aquel carruaje muy bien, fue el que me saco de casa. La foto había sido tomada en el mismo instante que me marchaba. Después de eso, todas las fotos eran de la misma calidad sólida. El único sonriente era mi hermano, mis hermanas se tornaron más rudas cada vez y luego vinieron mis otros hermanos que hoy conoceré. Solo conozco al más chico, que lo he visto jugar algunas veces y cuando llegué se encontraba en el patio con su pelota de colores. Clemente rompió el silencio.
—Fue tomada cuando se marchó, Señorita. Puede ver nuestras caras, todo el servicio estaba triste. Pero los señores nos obligaron. —
—Lo sé. Sé muy bien lo que hizo madre, por eso estoy aquí. Vamos con Ramonita.
Clemente colocó la foto a donde pertenecía y partimos a la cocina donde Ramonita se encontraba sirviéndose una copa de vino, como siempre. Al verme llegar dejó de llenar la copa y los pocos dientes que tenía se asomaron entre sus labios. Los ojos los tenía pálidos, pero aun así era mi Ramonita. Me lance a la carrera y le abrace. Ella me atrapo en sus brazos y me alzo haciéndome girar por los aires y mis rizos desafiaron la gravedad. Las carcajadas llenaron la cocina, hasta que sin querer en una vuelta tumbe la copa de la mesa y calló desparramando sangre por el suelo. Todo quedo en silencio.
—¡Ay! — grito Ramonita mientras se detenía y me colocaba en el suelo. — Deja limpiar esto antes que lle…— no pudo culminar la oración.
—Antes que llegue yo. ¿Verdad? — dijo mi padre.
No lo conocía, sus ojos se encontraban muy hundidos y parecía una calavera. Estaba muy delgado y se sostenía del bastón que llevaba siempre. Era de caoba y en la parte de arriba llevaba una cabeza de lobo labrada en tronco de un árbol. Su semblante era tenebroso, pero era mi padre. No me había visto aun, me ocultaba tras las sucias faldas de Ramonita. Decidí salir antes que Ramonita terminara de articular.
—Ssss…—
—Padre, Padre. ¡OH! Padre Cuanto le he extrañado. — Me le aferré a sus delgadas piernas aquellas en las cuales solía abrazarme tiempo atrás. Sentí sus huesudos dedos entre mis rizos y unos fríos labios que rozaron mi cuero cabelludo. Sus manos se aferraron como raíces bajo mis hombros y me alzaron a la altura de su cara. Ya había dejado de tener un semblante duro. Ahora su blanca y perfecta dentadura me sonreían y sus ojos se habían encendido.
—Pequeña, mi dulce pequeña. Cuanto haz tardado en venir, ya te esperaba. Mis días han sido tan eternos sin ti, pequeña Cecilia.
Al escuchar mi nombre, las lágrimas rodaron por mis opacas mejillas y se posaron en mis labiecitos. Hacía mucho no escuchaba mi verdadero nombre.
—No llores pequeña, ya estás en casa. No te iras de aquí. — me dijo padre mientras limpiaba mis lágrimas y me hacía cosquillas. Me colocó en el suelo y me dijo —¿Estás aquí por tu madre, cierto? — Yo afirme y él, mientras señalaba la segunda planta de la casa me dijo. — No pasa de hoy. —
Ramonita ya había limpiado el suelo y Clemente se había ensuciado los guantes, al quitárselos me percate que le faltaban algunos dedos. Él me observo y sonrío confiado. Ya él sabía que conocía su secreto. Seguimos en caravana a mi padre y al pasar por la sala de las reuniones se nos unió Rafael, mi hermano mayor, no dijo palabra alguna. Sus ojos reflejaron alegría, pero no podía hablar, tenía los labios resecos y su belleza aun la tenía en la cara. Me apretó el hombro y seguimos al cuarto de madre, mi hermano más pequeño intentaba subir las escaleras sin soltar su pelota, pero padre lo tomo en sus brazos y siguió subiendo las escaleras. Llegamos al pasillo y los cuartos se abrían de par en par, en el segundo piso había ocho cuartos sin contar las salas de estar y los baños. El de mis padres quedaba al fondo.
El cuarto tenía ventilación, pero aún así un olor a vivo se pegaba en las paredes. Mi madre luchaba por su vida y yo no la culpaba, aún era hermosa. Le quedaba vida en sus ojos. Mis hermanas, las únicas que allí se encontraban, le lloraban. De toda mi familia eran las más que habían cambiado, no parecían vivir en mi tiempo, llevaban vestidos un tanto diferente a mis galas. Ya no llevaban lazos y mucho menos abrazaban muñecas. Las cortinas flotaban con el aire primaveral que entraba a jugar. Padre soltó a mi hermanito y este fue a jugar en una esquina. Madre intento hablar y mis hermanas la calmaron, sus ojos tuvieron más vida que nunca.
—Hola madre, tanto tiempo sin verle. — le dije mientras me acercaba a la cama.
—Mi Cecilia, tanto tiempo. — alzo la mano y acaricio mi mejilla. Mis hermanas se miraban, pero no hablaban. Sus ojos se habían llenado de lágrimas. Clementina se paró de la cama y fue a la ventana, se abrazaba los hombros e intentaba no llorar. Celeste se levantó y salió de la habitación a buscar algo. La caravana se había aglomerado en el cuarto y todos los ojos estaban puestos en la cama de mi madre.
—Sabe que no me echo de menos. — le dije en un tono reseco.
—Todos los días te extrañe mi niña, no quería dejarte ir.
—Yo lo sé, pero aún así no dudo en entregarme y mírela ahora.
—Lo siento mucho. De verdad no quise, pero era eso o nunca me dejaría en paz. — mi madre comenzó a llorar y mi hermana salió despavorida de la habitación, empujando a todo el mundo que se le pusiera en su camino.
—¿La dejo tranquila? — le cuestione
—No, todo fue un engaño. Hasta el día de hoy me sigue atormentando. — viro la cara y comenzó a toser.
—No estoy aquí para escucharle lamentos, ya sabe porque he venido. — Le confesé mientras toda la comitiva iba acercándose a la cama. — Sabe muy bien lo que nos hizo a cada uno de nosotros y ya es hora de que cumpla su sentencia. El día que me envío lejos, no supo muy bien hacerlo y heme aquí. Estoy de regreso, junto a todas sus víctimas. ¿De qué le sirvió hacer todo lo que hizo?
—¡Mi niña no! Lo siento, lo siento desde el día que…— Las palabras se le atravesaron en la garganta. La habitación se volvió fría, el viento dejo de soplar y el día se volvió gris. — Ya es tarde madre. — le dije.
Ya madre sabía lo que se aproximaba. La sombra llegó y antes de que se acercará a la cama comenzó a gritarnos. — ¡Lo hice, lo hice y no me arrepiento! ¡Espero que cada uno de ustedes se pudra en el infierno!  — mientras miraba a todas sus víctimas.
—Ya es tarde madre, lo hicimos por todos estos años. Ahora es su turno.

La sombra se le abalanzó y mi madre grito espantosamente. La habitación se consumió en silencio, miraba a toda mi familia y a los del servicio. Cada uno comenzó a salir de la habitación ahora éramos libres, tantos años amarrados y al fin llegaba la libertad que mi madre nos había quitado. 

lunes, 4 de abril de 2016

Crónicas Pioneras

Desde el primer momento que le ví supe que había una energía extraña en su forma de ser. No era el tumbao' que tienen los guapos al caminar, ni mucho menos el estilo consumista que adoptaba. Era algo más allá,lo más sorprendente es que no usaba gafas de sol para proteger sus ojos y tampoco que su piel brillaba cuando el sol candente de Ponce le azotaba con fuerzas. Así que descarte que fuera uno de los Edwards Twilight, pero sí que fuera de esa lista. Rompía con los estereotipos de todo vampiro Holywoodense y de Transilvania, pero en mi interior sabía que él lo era. Mi olfato de hombrelobo fatulo reconocía las características. Aquellas orejas pequeñas se retorcian cuando el profesor habalaba de Dios o se sonreía sarcasticamente, yo no me quedaba atrás. También lo hacía, pero yo era más obvio. Aquí les cuento el día,hoy (4 de abril), específico que mi hipótesis fue cierta. Como de costumbre no llevaba gafas de sol y menos su piel brillante. Entramos a clase y todo iba normal hasta que el profesor empezó a discutir las leyes de Dios. Para mí sorpresa una chica se paró de su pupitre y se marchó. Al pasar por mi lado pude notar su piel un poco transformada. Era un Wonck, una especie que había descubierto hace poco. Tuve un momento de gran confusión porque la chica era muy religiosa y esa especie es muy sensible. Ya averiguare más sobre ella en otro momento. Volviendo a posar mi vista sobre él, pude notar que apretaba algo dentro de su mochila para controlarse. La vena de su cuello parecía explotar y me vi bañanado en sangre de sus víctimas. El profesor hablaba de religiones falsas y me hervia la sangre. Creo que nadie lo sospechaba hasta que el profesor habló del «Padre, el hijo y el espírituuuuuu (haciendo hincapié en la "U") Santo.» Se me escapó un resoplido y mi compañero de clase miró directamente donde me encontraba y sus ojos convertidos en dos pelotas negras junto a los pequeños colmillos que sobresalian de su sonrisa, no me hicieron dudar y le devolví mi sonrisa con colmillos.

sábado, 19 de marzo de 2016

Qué fue de los Boricuas Parte II

Esta pendejá’ de escribir un diario no es lo mío. Primero uno debe estar con la libretita de arriba para abajo y sino en la noche ponerme a recordar todo lo que hice en el día y ver como lo escribo en letras chuecas, porque mi escritura son garabatos antiguos. Na’ el punto es que no se de mi madre hace ya una semana y no veo ningún Boricua por el barrio o en el pueblo. Me la he pasado en casa de Toñita que es o era mi madrina. Allí había una gran reserva de ron y cerveza que Chamulo, su esposo, guardaba en un chinero viejo. Hoy regrese a casa y me acorde del diario. En esa semana lo que hice, luego de ver el espectáculo que me ofrecía la maldita planta de energía eléctrica achicharrándose frente a mis ojos, decidí ir a buscar a alguien que me explicara. Cosa que no sabía quién iba a saberlo. Fui a casa de un loco que vivía en una casa to’ jodia y con miles de perros. Allí solo estaban los perros y la madre mía entraba a alimentarlos o soltarlos. Sus pupilas reflejaban algo de miedo y rabia, ¿A qué? No sé. Salí porque allí no se me había perdido nada. Luego de eso divague un rato por las calles del pueblo pensando en lo que estaba pasando y porque no me había enterado de nada. Al llegar a casa de Madrina, me percaté que tampoco estaba y que el televisor de ella, último modelo, no funcionaba. Así que me dije «K te llevo el diablo» después de ahí comencé a buscar como entretenerme y que hacer en mi tiempo libre. En esos días tuve tiempo de reflexionar y coger las peores borracheras de mi vida. Le vacié la nevera a Toñita y la bodega secreta de Chamulo. Está semana fue un retiro espiritual para mí, donde desprendí mi alma por boca y nariz. Tendré que buscar otra manera de hacer una bitácora o esforzarme más por mantener una rutina, para escribir.

Cerró el diario y lo colocó cerca de la vela que se consumía en un platillo. La casa de su madre era un desorden y K recorría con su mirada aquel lugar donde par de semanas atrás hablaba con su madre de las cosas que quería hacer y de algunos viajes que quería realizar, ahora solo veía el desorden de la que era su casa. Mientras observaba iba atando cabos y pensando que era lo que había sucedido con todos en su pueblo. Comenzó a pensar en los cambios drásticos que había dado el clima en esos días cuando él se había enfermado. Un tornado arrasó con el área norte de la isla y uno de esos fuegos forestales quemó los llanos del Sur. Esa era la noticia que veía mientras estaba hospitalizado por un dolor terrible que parecía ser alguna piedra oculta, porque nunca la encontraron y lo enviaron a su casa a reposar y tomar medicamentos para destruirla. Esos medicamentos lo atontaban y llego a tropezarse algunas veces. Otras veces llegaba al piso y una vez duchándose se fue de mundo cuando su cabeza dio contra el suelo. El ejercicio de pensar lo dejo agotado y al cabo de algunos minutos, sin tener conclusión, se quedó profundamente dormido.

Era sábado y el reloj deportivo de K marcaba las “8:30 a.m” abrió los ojos y se topó con que la luz que bañaba la sala, era sucia y que allí el polvo reinaba. Esa escena le hizo reconsiderar lo que había dicho de reconstruirse y luego de levantarse, poner en orden sus pensamientos, tomar café y cepillarse los diente. Comenzó a limpiar toda su casa y guardando las cosas que no necesitaba. Movilizo el sofá-cama de su cuarto a la sala. Aquella sería su habitación ahora y los cuartos serían los almacenes de todas las pertenencias que no fueran las suyas. En esa tarea consumió todo el día del sábado y ya entrada la noche quedo exhausto y complaciente, por el trabajo que había realizado. Su casa tenía una sala amplia y ahora sin los objetos de su madre y con algún tablillero colocado en la esquina, el lugar parecía muy amplio. Al lado del futón tenía una mesa de noche con algunos libros, un cuchillo de cocina y una foto junto a su madre en una fiesta de año nuevo. Era la foto más reciente de los dos. Aunque K no lo escribiera en el diario, él sabía que la extrañaba. Ahora con su casa limpia, empezaría una nueva etapa de descubrimiento.

sábado, 5 de marzo de 2016

Qué fue de los Boricuas Parte I

No sé cuándo todo comenzó, solo sé que soy el único Boricua en mi isla del encanto. Hace algunos años comenzó la emigración de muchos paisanos al país de nunca jamás. Al que iban y no volvían porque se juqueaban con el ratón de características humanas. A donde iban a que el sudor se les congelara en las bolas y a cantarse los más patriotas portando banderas por todos los lares cuando aquí simplemente la veían como símbolo político. Desconozco lo que paso. Sé que de la noche a la mañana Trompas fue presidente, hace algunos años que eso paso, y que todo había tomado un aire de desconfianza, pero eso luego se los contaré. Una noche me fui a dormir como de costumbre, pero habría de soñar con una isla limpia, no solo de maldad,  sino también de corrupción, bandoleros, contaminantes, sin empresas Nortistas que nos arrancaban el dinero del bolsillo y se los llevaban en pájaros grises. Aquella noche soñé con un Puerto Rico limpio y así amaneció; limpio.  

Me presento ante ustedes como K (pelao’) para ahorrarme el protocolo. No sé con quién hablo y no sé si alguien encuentre este diario, no sé. Solo creo que escribo para desahogarme con algo y mantener más a raya mi cordura. Tengo 30 años y nací en el oeste, pero de pequeño me fui al norte de la isla. Allí pase toda mi niñez con una familia pequeña, soy el menor de cuatro hermanos. Ahora vivo en el centro de la isla, pero la he recorrido buscando que paso con los míos. Aquel 13 de abril de 2030 amaneció todo calmado, los vecinos no me despertaron con su acostumbrado repertorio de reguetón ni mi madre me llamaba desde la cocina para que fuera a Econo a hacer compra. No, aquella mañana solo se escuchaban los pitirres trinando y los gallos haciendo el repertorio acostumbrado. Me desperté lleno de paz, sintiendo que había descansado una eternidad.  Fui a la cocina adornada de vacas que mi madre había decorado con tanto empeño y que yo siempre le repetía «Esto está bien feo, parece uno de los llanos de Hatillo.» Pero aquella mañana todo parecía tranquilo, esperaba ver en la nevera una notita que leyera Fui al médico. Dios te cuide. No, allí no había ninguna nota y un silencio paseaba por la casa. Me senté a ver televisión. Lo que teníamos por televisor era un aparato de los años de las guácaras y que ya estaba por fallecer. Esa mañana para mí había fallecido, porque al encenderla no se veía nada. La apague esperando a que llegara mi madre para darle la noticia. El día se fue rápido y ya eran como las tres de la tarde y ella no llegaba. El silencio ya me estaba sacando por techo y me había estado raro que el truck no pasara a recoger la basura. Salí al patio de al frente y la calle estaba desolada, no se veía ni un espíritu. Las bicicletas de los demonios vecinos míos, estaban en medio de la calle y el carro de mi madre se encontraba a unos cincuenta pies de distancia, vacío. Al ver esto me asuste y corrí gritando «Má, Má. ¿Dónde estás?» llegue al Nissan que era de mami, allí estaban todas sus cosas: bolso, documentos personales, dinero, celular. Bueno estaba TODO, no había indicios que allí hubiera ocurrido un crimen. «¡Luisa!  De seguro esa vieja metiche sabe lo que paso. Claro debe estar mirándome en estos momentos. Vieja bruja.» pensé y un escalofrío me corrió el cuerpo. Así descalzo fui a casa de la vecina metiche a ver si sabía del paradero de mi madre. Toque una, dos, tres y ya a la cuarta no me quedo de otra que probar si la puerta estaba abierta y así era. Entré a aquella casa ajena y sentía el corazón en el roto del joyo, pensando que me podían coger o peor aún pegarme un tiro por metio’. Llame a mi vecina un montón de veces, pero esta no me respondía. «Donde carajos se habrá metido mami. Tengo mucha hambre coño.» Como nadie estaba en la casa me atreví a abrir la nevera y busque que podía tomar prestado, pero no vi nada de mi interés. Al cerrar la nevera vaya susto que me lleve, allí estaba Crespo el gato mal nacido de Luisa. Aquel gato era lo más odioso que pudiera existir sobre la faz de la Tierra, creo que era ciego o algo así. El punto es que se me quedo viendo fijamente y se encrespó. Venía a atacarme cuando una patada lo hizo volar por los aires hasta caer en la sala. Corrió como si no existiera un mañana y yo deseaba con todas mis fuerzas jamás verlo, hasta el sol de hoy no sé qué se hizo. Salía de la casa de Lucia cuando sentí un hamaqueo y luego le siguió algo parecido a un trueno. Aquello llamo mi atención y sabía de dónde provenía. No lo pensé dos veces y llegue hasta la planta de energía eléctrica que se encontraba cerca para verla arder en fuego. Desde ese entonces comprendí que lo que sucedía era algo serio y no sospechaba que desde ese entonces sería el último Boricua.