***Nota del autor: Para muchas personas está entrada puede ser un poco delicada. Pido discreción. Gracias por su apoyo.***
El atardecer se convertía en noche y aquel
prado lleno de trigo se transformaba en una planicie dorada. Fabiana caminaba por un
sendero con sus botitas de hule color rojo y dejaba a su paso una pequeña
estela luminosa. El viento soplaba y movía su cabello semejante al color del trigo.
Llevaba unas florecitas en su cabeza y hacían una corona como si fuera
la princesa de aquel campo; y lo era. El sol del atardecer y la
luna que pronto se asomaría le pertenecían, igual que aquel prado de trigo y las
estrellas que esa noche vería. Fabiana se encontraba en el mundo que había
creado para escapar del nuestro. Aquel mundo era creado por su imaginación
extraordinaria y la madurez forzada. A sus 10 años era una niña muy
inteligente, astuta y elocuente, aunque por dentro retenía un mundo inocente negado a crecer.
Aquel mundo solo afloraba en sus sueños y era donde ella actuaba teniendo su
edad. Fabiana solía encerrarse en ella cuando menos lo esperabas a veces en el
autobús camino a su casa observaba por la ventana y se escapaba un rato. Bastaba
un ínstate para que ella se transportara a una playa y volara un cometa, todo
eso desaparecía al llegar a su destino y volver a retomar la
realidad. Al entrar a su casa los fantasmas de las discusiones la acaparaban y
las lagartijas de antaño la abarrotaban con sus preguntas. La familia de ella
era pequeña comparada con los del vecindario. Tan solo eran 5 personas; su
madre, el padre, sus hermanos gemelos y ella. En algún momento fueron 6, pero
su hermana mayor se había suicidado por situaciones que habían sucedido y que
Fabiana conocía, pero sabía que no le iban a creer jamás. Ahora se encontraba
en su mundo, donde solo ella podía entrar. Muchas veces la acompañaba un
peluche que le había pertenecido a su hermana, pero ese día no le acompaño.
Ya
el atardecer había menguado y el campo dorado había palidecido convirtiéndose en
un prado oscuro. La oscuridad consumía todo y aunque Fabiana no tenía miedo, imagino
una linterna de gas y esta apareció a sus pies. El cielo estrellado la cuidaba
y los trigos la ocultaban, esta sabía
que llegaba la hora de aventurar. Sus
botas de hule se estrellaban contra el suelo y las luciérnagas emprendían un
viaje elevándose así en una nube de luz. Desde las alturas era un espectáculo magnifico,
miles de puntitos que se iban convirtiendo en una nube densa que podía confundirse
con una ciudad una ciudad muy luminosa. Para Fabiana aquello era diversión y
apenas comenzaba. Los grillos y otros insectos nocturnos comenzaron con su canción,
mientras ella paseaba y observaba todo.
Entró en un bosque algo denso, pero de inmediato afloraron luces de los árboles
y frente a ella se abrió un prado donde correteaban algunas ardillas y mapaches. Un búho de ojos amarillos la observaba desde un árbol. Allí en
aquella planicie verde, ahora iluminada por un tenderete de luminarias, ella corría
con sus botitas y su traje blanco que hacían juego con una corona de flores adornaba su cabecita y
combinaba con el color café de sus ojos. Frente a Fabiana un castillo de juguete
se acrecentó e inmediatamente se asustó. Ya sabía lo que significaba. Como en
todo mundo, existe la maldad y su mundo no estaba exento. Allí había
un monstruo que la quería para él, era una
bestia enorme, semejante a un hombre, pero con tres brazos, un rostro oculto que solo dejaba entrever unos dientes chuecos y amarillos por los cigarrillos que
fumaba, tenía dos piernas y tenía una lengua semejante a la del colibrí, la
cual usaba para amenazar a Fabiana. Aquel monstruo quería hacer feliz a Fabiana
y no dejarla ir. El castillo que estaba frente a esta fue regalo del monstruo y ella lo disfrutaba
en nuestro mundo, pero en aquel mundo no se atrevía entrar porqué sabía que podía ser
una trampa. La estructura era muy tentadora, pero la Fabiana de nuestro mundo
se lo impidió y la hizo ir a un lugar que le iba a gustar. Salió de aquel prado
y se introdujo al bosque por un sendero color verde fluorescente y luego de 2
minutos llegó a un riachuelo de un magnifico azul claro con una cascada refrescante.
En aquel riachuelo las mariposas aleteaban, las libélulas se alimentaban de las
plantas acuáticas y unas pequeñas ranas saltaban por doquier. Los nenúfares
colmaban las orillas y resplandecían al tocarlos, los peces eran muy llamativos
e irradiaban luz, Fabiana deseaba que aquello siempre fuera así, pero ella sabía
que al crecer aquel mundo se iría actualizando y quién sabe si algún día ella estaría
allí en alguna de esas rocas, sentada, pintando aquel riachuelo o simplemente
aquello desaparecería. De un momento a otro los peces dejaron de esparcir el
resplandor y el riachuelo quedo a oscuras. La señal era para que Fabiana se
fuera, el monstruo venía a por ella. La niña sabia donde ocultarse y salió a la
huida. Pasó por lugares que ella estaba consiente que eran buenos escondites,
pero sus pies la volvían a traicionar y la arrastraban a la fuerza. La arrastraban
a una estructura de dos plantas que ella conocía muy bien, era color violeta y
blanco; su casa. Los pies la enviaban a donde vivía el monstruo, entró a la
casa por la fuerza y corrió a su cuarto donde se supondría que está vez
estuviera a salvo. Cerró las ventanas con seguro, tranco el armario de donde comúnmente
salen los monstruos, ilumino con una lámpara la parte inferior de su cama
teniendo en consideración que los monstruos le temen a la luz, le puso el seguro
a la puerta y fue a ocultarse bajo las sabanas. Era otra noche en la cual el monstro
la atraparía, por lo menos esto ocurría 2 veces al mes y nadie sospechaba nunca.
Fabiana sabía que el suicido de su hermana se debía también al mismo monstruo
que la asechaba. Bajo las sabanas de princesa se ocultaba Fabiana y pronto
escucho como el cerrojo se desplomo del seguro. Maldita sea otra vez el
monstruo la había atrapado. Sería otra noche dura, como las otras, donde luego
que el monstruo hacía de las de él, dejaría en las sabanas a una niñita llena de
lágrimas por el daño inmenso que le hacía. Con aquella lengua de
colibrí la atrapaba y la introducía por los recovecos de su cuerpito buscando
el sabor dulce de la flor. Un monstro que hacía de las de él y luego se retiraba
para así seguir su vida normal. Lo más triste y lamentable era que Fabiana tenía
que soportarlo todos los días, porque además de entrometerse en sus sueños, era
parte de su vida. Aquel monstruo era su padre.